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Gomez Toré

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José Luis Gómez Toré, Un corte que no sangra; Trea, Gijón, 2015.
José Luis Gómez Toré, El roble de Goehte en Buchenwald; Libros de la resistencia, Madrid, 2015.


Es ilegible tanta transparencia.
J. L. Gómez Toré, Un corte que no sangra

Todo libro de ensayo se propone, en buena medida, un objetivo próximo y otro remoto; el primero sería el argumento o propósito argumental del libro en particular; el objetivo remoto busca siempre insistir en una línea argumental de la cultura contemporánea; es decir, en seguir las huellas de una corriente intelectual, ya sea para destruirla o deconstruirla, ya sea para afianzarla. En ese sentido, podríamos decir que la intención próxima de El roble de Goehte en Buchenwald (2015) de Gómez Toré es hacer una aproximación filosófica al tema del Mal del Holocausto a través de la figura o símbolo (con las precisiones que en el propio ensayo se marcan) del roble que fue conservado por los nazis dentro del campo de concentración de Buchenwald debido a su relación con Goethe. La intención remota del ensayo de Gómez Toré sería la de plantearse la pertinencia de seguir contando Auschwitz una y otra vez, un tema sobre el que hay muchos libros escritos, muchísimos, unidos todos por el mismo objetivo remoto: la necesidad de seguir hablando de Auschwitz para que no se (nos) olvide.



La celebérrima aserción de Adorno acerca de la imposibilidad de escribir después de Auschwitz gana, a mi juicio, mucho interés si se la entiende no de modo cronológico, sino referida al peligro de escribir alegremente post-Auschwitz, en el sentido de dejarlo atrás, de olvidarlo. Por lo tanto, y en contra de lo que muchas veces se ha entendido, lo criticado por el filósofo alemán no sería el hecho de escribir después, sino de escribir como si no hubiera sucedido. Creo que Gómez Toré asume esta visión cuando escribe –magníficamente –que el mayor problema del Holocausto es su indecibilidad, a pesar de tanta literatura (y cinematografía) realizada al respecto:

La extrañeza del lector es también la extrañeza del mundo que emerge tras Auschwitz. Un mundo para el que difícilmente tienen cabida categorías aristotélicas como catarsis o verosimilitud y que, por eso, se nos antoja a menudo irrepresentable, porque encaja difícilmente en nuestras estructuras clásicas de representación. Comprender la dificultad de hablar de Auschwitz sin estetizar el horror implica también no caer en la tentación de lo impronunciable. Hay que esforzarse por evitar esa especie de mística perversa en torno al crimen, una actitud mistificadora que, de manera inconsciente, prolonga la violencia. (p. 42)

En efecto, no hay que confundir lo impronunciable con lo indecible: la segunda postura habla mientras que la primera permanece en el silencio. La indecibilidad habla sin encontrar las palabras, o lo hace mediante otro tipo de sonidos inadecuados; Magris ponía un ejemplo literario de indecibilidad a este respecto: “Poldy Peck, un irónico sobreviviente del Holocausto (...) vive en Polonia, en calidad de viejo náufrago y funambulista de muchas catástrofes. En su Libro de los silbidos (1980) (...) el superviviente se dedica a silbar con nonchalance acerca de cualquier cosa (...) en estos silbidos Beck se implica a sí mismo y a sus versos. (…) Después de Auschwitz, ha dicho Adorno, es imposible escribir lírica, y Poldy Beck parece una encarnación viviente de esa sentencia, aunque modificada por la predilección centroeuropea hacia la sombra y el disimulo”[1]. Silbidos, balbuceos (Celan), repeticiones, textos impenetrables o herméticos, textos que hablan del Holocausto aunque parecen hablar de otra cosa (el Tynset de Hildesheimer), emitidos porque es imposible no emitir signos. Lo interesante del caso de Poldy Beck es que tuvo que dejar por escrito esa imposibilidad de escribir, de la misma forma que Primo Levi no dejó de representar lo irrepresentable, como recuerda Zizek[2]. Hay un pathos irresuelto ahí, que constituye el centro de esa neurosis europea que Gomez Toré intenta trascender, y que se resuelve en una perpetua necesidad de comunicación. También algo de esa necesidad de presencia de la tragedia en nuestro tiempo está en el memorable discurso de Juan Gelman al recoger el premio Rulfo, transcrito parcialmente en El roble de Goehte en Buchenwald (pp. 111-12).



En suma, este ensayo nos trae de nuevo ante los ojos lo más importante sobre el Holocausto: que no se puede explicar, pero se puede y se debe decir esa imposibilidad; que la cultura posterior al mal absoluto pierde su dignidad si no asume en su interior esa pérdida y esa imposibilidad estructural de narrarlo; que nuestra obligación es recordar, recordarnos, esos límites, una y otra vez, al menos de cuando en cuando.





*



En su último poemario, Un corte que no sangra(Trea, 2015), José Luis Gómez Toré desarrolla un proyecto estético que en principio parece no tener nada que ver con el ensayo anteriormente comentado; sin embargo, una lectura atenta nos hace darnos cuenta de algunas concomitancias, por ejemplo, la preocupación sobre el lenguaje:






O la reflexión sobre el problema de los símbolos como vehículo de expresión de ideas. Del mismo modo que El roble de Goehte en Buchenwald comienza preguntándose con Joseph Roth sobre las posibilidades expresivas del símbolo y sus limitaciones, en el poema “Guadarrama” se pone en cuestión el topos del agua como metáfora, culminando el poema con estas reveladoras palabras: “El río es un anciano de andares achacosos / que repite su historia. / Salva fragmentos de espejo, / mezclando en sus despojos reliquias y basura, / un érase una vez, / pero qué empieza” (p. 29). Son reveladoras porque niegan cualquier posibilidad de revelación: la mirada de indagación está ahí, sí, pero sólo consigue aporías, miradas al sesgo, callejones sin salida, más preguntas que respuestas. “No sé que significa / si acaso significa, / la alianza que pacta / tu cuerpo con la música” (p. 15), se lee en el primer poema del libro, que camina en la misma perplejidad. El libro se abre con un poema sobre la condición inasible de la belleza  termina con un texto titulado “No es la belleza”, reconociendo así su autoconsciencia y su circularidad.  Colección de instantes (eso es “el corte que no sangra”, según Levinas), visión de la naturaleza capturada en momentos y lugares donde su luz habla por sí misma sin necesidad de hilar referencias o culturalismos con ella, El corte que no sangra interpela a su lector de un modo oblicuo e inesperado, como ese vencejo que la mirada del poeta convierte (p. 45) en flecha.

Aprovecho para agradecer a Trea y a Libros de la resistencia su continuo trabajo en aras de una literatura profunda, seria y alternativa.




[Relación con autor y editorial: ninguna]


[1] Claudio Magris, El anillo de Clarisse (1984); Península, Barcelona, 1993, p. 437.
[2]“Levi hizo la misma observación, a su manera directa y simple, cuando dijo que lo que los nazis hacían a los judíos era tan irrepresentable en su horror que, incluso si alguno sobrevivía a los campos, no sería creído por los que no estuvieron allí”; Slavoj Zizek, Viviendo en el final de los tiempos; Akal, Madrid, 2012, p. 310.

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