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Dos apuntes sobre El extranjero de Albert Camus



1) Releeo El extranjero de Camus, para explicarlo en una clase. En cada ocasión algo me inquieta, esta vez fue el “ahora” desde el que en ocasiones está escrito el texto:

“Tuve incluso la impresión de que esta muerta, tendida en medio de ellos, nada significaba a sus ojos. Creo ahora, sin embargo, que era una impresión falsa”[1]. Al principio del capítulo siguiente ese ahora parece explicarse, puesto que el narrador nos dice “hoy es sábado”[2]y parece que es desde ahí desde donde nos cuenta, pero relata la jornada sabatina en pasado, como si estuviese escrita a última hora, y luego pasa sin aspavientos al día siguiente, domingo, que sigue narrando en el mismo pasado. Ese “hoy es sábado”, por tanto, se queda en ningún lugar, sin sujeción. Acudo al original para ver si se trata de una licencia de José Ángel Valente al traducir, pero no: “c’est aujourd’hui samedi”. No hay duda. También la novela comienza en presente, como es sabido (“Aujourd’hui, maman est morte”, “Hoy, mamá ha muerto”), y luego pasa brevemente al futuro para, en el segundo párrafo de la novela, instalarse en nuestro pretérito -que en el original es passé composé-. Cuando acaba el libro, una vez dictada la sentencia, aparece de nuevo el presente: “por tercera vez me he negado a recibir al capellán” (p. 118). La novela termina en un subjuntivo con el que se enuncia el futuro -la ejecución- por llegar.

El recurso me parece muy interesante: Camus va situando al narrador en cierto presente, desde el cual recuerda los hechos, pero el recuerdo en pasado se estira hasta englobar y superar el momento en que rememora. Es una paradoja temporal que, por alguna razón fascinante, funciona. Como funciona Meursault, un personaje insostenible si lo piensas, pero que en El extranjero funciona con una una naturalidad ilógica a la que el lector se acostumbra sin resistencia.


2) Y otra meditación. Si a Wordsworth le aterraba la brutal indiferencia de la naturaleza, el desdén de montañas y lagos por nuestras minúsculas tribulaciones, Albert Camus lleva a cabo una lectura completamente diferente: somos nosotros los que debemos ajustarnos a su indiferencia, los que debemos apreciarla y darnos cuenta de que la Tierra tiene valores, uno de los cuales es, precisamente, su despreocupación, su insistencia inerte en seguir siendo ella misma, con independencia de todo lo demás, incluyéndonos nosotros en el saco de ese todo. Pero Camus veía esto de un modo diferente. Lo recuerda Paul de Man, que señala con agudeza el papel de la naturaleza en la obra del argelino, rescatando unas reveladoras líneas de sus Carnets: “(…) un día, la tierra nos muestra su sonrisa primitiva e inocente. Entonces es como si quedaran borradas las luchas, incluso la vida misma. Millones de miradas han contemplado este paisaje, pero para mí es como la sonrisa del mundo. En el sentido más profundo del término, me hace salir de mí mismo (…) La gran verdad que el mundo nos enseña con paciencia es que el corazón y la mente no son nada. Y que la piedra caliente por los rayos del sol, el ciprés magnificado por el azul del cielo, son los límites del único mundo en el que algo significa lo que está bien: la naturaleza sin el hombre”[3]. Es decir, la tierra sonríe cuando nos recuerda que no somos nada, pero este pensamiento, que llenaba de angustia a Wordsworth, es feliz para Camus, porque relativiza instantáneamente nuestros problemas y preocupaciones. Las vuelve absurdas, un término sobre el que Camus, como recuerda Tony Judt[4], reflexionó mucho, pero su absurdo puede ser una sacudida que nos haga despertar, con el objetivo final de reconciliarnos con una existencia desnuda, otro término muy querido para Camus. Queda claro en el final de El extranjero, cuando el Meursault ya condenado a muerte dice: “como si esa gran cólera me hubiese purgado del mal, vaciado de esperanza, ante esta noche cargada de signos y de estrellas me abría por vez primera a la tierna indiferencia del mundo”[5]. Ese tierna es la única palabra tierna de El extranjero, y no se aplica a una persona, sino a la hosca apatía de una Naturaleza que no nos necesita.


[1] Albert Camus, El extranjero; traducción de José Ángel Valente, Círculo de Lectores, Barcelona, 2001, p. 16.
[2] A. Camus, op. cit., p. 24.
[3]Citado en Paul de Man, “La máscara de Albert Camus” (1965), Estudios críticos (1953-1978); Visor Distribuciones, Madrid, 1996, p. 243.
[4]T. Judt, El peso de la responsabilidad; Taurus, Madrid, 2014, pp. 135-36.
[5]Albert Camus, El extranjero; traducción de José Ángel Valente, Círculo de Lectores, Barcelona, 2001, p. 131.

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