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Channel: Vicente Luis Mora. Diario de Lecturas
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A partir de un párrafo de Carmen Martín Gaite

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A veces basta un párrafo para ver la grandeza de un autor. Cuando ese escritor es además leído o incluso erudito, dotado de hondos conocimientos diferentes, un solo párrafo puede producir reverberaciones tan difíciles de probar como interesantes. Recuerdo que Alfonso Reyes lo intentó con un párrafo propio, pero nosotros somos menos humildes y lo ensayaremos con un párrafo ajeno. Advierto que lo que vamos a exponer aquí es imposible de probar, una vez desaparecida la autora, pero podemos establecerlo como simple hipótesis, sin pretensión alguna de verosimilitud.

Tomemos un párrafo de la excelente novela Lo raro es vivir(1996):

Algo era. Tomás, que barrunta las sombras desde lejos, me lanzaba de nuevo sus palabras: “a ti te está pasando algo”, no me quise agarrar a ellas cuando las dijo, fui yo quien desvió la conversación hacia una riña tonta; pues sí, algo me estaba pasando, algo profundo y oscuro como un corrimiento de tierras cuya amenaza aún imprecisa obliga a soñar con un puerto donde dormir al resguardo de todo vaivén; anclarse, ¿pero dónde?, yo no conocía ningún sitio realmente de fiar, tal vez lo había conocido, pero eran paisajes por los que no corría el aire, estancados en fotografías traspapeladas, un jardín con hamacas, una fachada cubierta de hiedra, un payaso de hojalata, un río, un despacho con la chimenea encendida, caballos al galope, había llovido mucho encima de esas imágenes, se desdibujaban tras una cortina de agua imparable, el diluvio universal.[1]

Dentro de la mecánica de la novela, este párrafo está destinado a representar el modo en que Águeda, la protagonista, recuerda su infancia y cómo ésta, una vez desaparecida la madre y difuminados los lazos afectivos con su padre, no puede ya establecerse como suelo seguro o “puerto” para asir su presente. Los vínculos de afianzamiento en lo real que la protagonista requiere no pueden hallarse en el pasado, aunque no deja por ello de pensar e incluso soñar obsesivamente con el pasado. Si leemos las imágenes enumeradas, nos damos cuenta de que varias incluyen la negatividad dentro de su estructura bimembre; de un modo autodestructivo, mediante el oxímoron, plantean un recuerdo y lo afean al mismo tiempo. Todas ellas apelan a una existencia anterior sobre la que ha pasado o está pasando el diluvio. No abundaremos en las resonancias psicoanalíticas que pueden presentar las imágenes de las “sombras” detectadas por Tomás (el novio de Águeda), o la mitocrítica que podríamos levantar –y que la autora de sobra conocía– a partir del diluvio como símbolo de la renovación, de la limpieza espiritual tras una situación de crisis (véanse Nietzsche, Eliade, Borges, Wheelock, Pérez Rioja, etc.). Todo eso late indudablemente en el párrafo, pero no es la resonancia psicoanalítica, sino la duda estilística, lo que me mueve a plantear otra interpretación de este pasaje.

La formulo, como duda que es, mediante preguntas: ¿y si Carmen Martín Gaite, de un modo elegante e indirecto, hubiera presentado todo este tipo de imágenes como modos a superar de la presentación narrativa de la infancia? ¿Y si la autora nos estuviese diciendo que el diluvio universal de la historia ha desgastado los topoi literarios incluidos en el párrafo, hasta tal punto que están desdibujados por la lluvia del tiempo, de tal manera que son inservibles ya a los propósitos narrativos? ¿Y si nos estuviese diciendo Martín Gaite que ya está bien de hablar de jardines decadentes, de fachadas con hiedra, de juguetes de hojalata, de caballos al galope y de ríos heraclitianos para presentar las metáforas de la melancolía modernista, que no acababa –que no se acaba nunca– de morir? ¿Qué sucedería si este párrafo fuera el modo exquisito y oblicuo de decir señores, pongan sus relojes literarios en hora, estamos a punto de cambiar de siglo? ¿No sería maravilloso, no sería muy propio de Martín Gaite, destrozar estilísticamente, mediante una utilización suicida, las metáforas de la nostalgia manierista a desterrar, mediante su presentación oximorónica, con su propio reloj de autodestrucción incorporado? ¿No sería una hermosa lección para aprender o, llegado el caso, para repetir en nuestros días?


[1] C. Martín Gaite, Lo raro es vivir; Anagrama, Barcelona, 1999, pp. 72-73.

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